Por Alberto Lati
Twitter: @albertolati

En donde la mayoría puede percibir riesgo, es posible ver una gran oportunidad: ¿y si en este momento de severa polarización social, y si en este momento en que han llegado lamentables señas de violencia desde Argentina con otro clásico en plena final, y si en este momento marcado por un mayor afán de humillar al rival que de festejar lo propio, las aficiones cruzazulina y americanista nos sorprenden agradablemente?

Claro, el preámbulo no conduce tanto hacia el optimismo. Un preámbulo que ha consumido, a manera del más explosivo combustible, largos años de burlas y ataques, para colmo rematados por la portada del suplemento Cancha con el encabezado, “¡Es la guerra!”.

Frase que remite a la planteada por el sensacionalista The Sun, cuando Inglaterra y Argentina se iban a enfrentar a poco del conflicto de las Malvinas (It’s War, Señor!) o aquella otra, cuando alemanes e ingleses tendrían un choque deportivo ya muy lejano a la Segunda Guerra Mundial (Achtung! Surrender! ÔÇôen alemán, “cuidado”; en inglés, “ríndanse”).

Retórica bélica que, más pronto que tarde, termina por lamentarse; cuando un coctel ya es explosivo, es no sólo imprudente, sino hasta incendiario o cómplice, quien prende por ahí cualquier cerillo.

Varias circunstancias hicieron que, décadas atrás, el discurso deportivo se permeara de nociones de guerra. Primero, que justo cuando el futbol se hacía masivo y los medios de comunicación daban reporte de él, las batallas eran rutina. Segundo, que, en origen, buena parte de las autoridades veía en el deporte un mero mecanismo para fortalecer a las milicias ÔÇôsintomática aquella frase de un delegado inglés, cuando en 1863 el futbol se divorció del rugby, prohibiendo el contacto físico: que, con una disciplina tan suave, los franceses serían capaces de conquistar Inglaterra a la siguiente hostilidad. Tercero, que el futbol pronto sería visto como extensión del nacionalismo y patriotismo: en tiempo de trincheras, sí, aunque más como especie de sustituto ya en días de paz.

Así, un tiro a gol es un disparo o fogonazo, un equipo es una escuadra, un centro es un bombardeo al área, y tantísimos ejemplos más (el futbol americano tiene el blitz, sin disimulo en alemán).

No obstante, inicié este texto hablando de la oportunidad que supone para México este clásico que definirá a un campeón: punto de inflexión idóneo (mientras nada malo suceda) para mostrar que el futbol es lo que queremos que sea. Pasión, entrega, feÔǪ, y respeto al que parece distinto, pero, viéndolo bien, no lo es tanto. Eso último, noción desterrada en estos días de voraz división post-electoral.

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