Alberto Lati
Alberto Lati

Latitudes
Por Alberto Lati
Twitter: @albertolati

No confundamos lo trágico con lo irresponsable. Trágico es quien se contagió de Covid-19 no habiendo tenido mayor opción que salir para ganar las monedas que le permitieran cerrar el día con comida en la mesa. Trágico es quien, por trabajar en un hospital o servicio esencial, contrajo el virus y lo dispersó en su familia. Trágico es quien no tuvo manera de encerrarse y terminó por convertirse en parte de la horrible estadística de esta pandemia. Trágico fue para quienes se contagiaron en un inicio, imposible saber por entonces que ese microorganismo ya estaba presente y tan cerca.

Muy distinto éste otro escenario. Irresponsable es quien, pudiendo quedarse confinado, sin urgencia económica por salir, sin exigencia laboral para hacerlo, se sintió blindado y rompió las reglas de la cuarentena. De esa irresponsabilidad brotan, sí, muchas situaciones trágicas, porque esos que hicieron fiestas, que desafiaron las medidas de distanciamiento social, que les dio por ir en estas fechas a practicar arrancones, que organizaron su día de campo en el Nevado de Toluca, que se movieron por la calle como si nada, a su vez son puente para que se contagien quienes estaban realizando todo lo indicado para mantenerse sanos.

Valga ese preámbulo a fin de dejar claro: los deportistas contagiados de Covid-19 por romper la cuarentena acudiendo a donde no era indispensable, han sido una sarta de irresponsables. Privilegiados que no tuvieron la sensatez para ejercer ese su privilegio, ninguna emergencia los obligaba a salir y, sin embargo, salieron. No a ganarse la comida, no a buscar lo indispensable para su hogar, no a atender el mostrador de una farmacia o cargar camillas en un sanatorio, sino a tomar una copa, a dar un paseo, incluso a entrenar en lugares públicos como Tom Brady en Tampa, Cristiano Ronaldo en Madeira, José Mourinho en Londres, Floyd Mayweather en Las Vegas.

Tal parece que salir en días de confinamiento es su nueva forma de exhibir lo omnipotentes que se sienten, su “a mí no me van a decir que no”, su “a mí no me va a pasar nada”. Como cuando conducen un coche a 250 kilómetros por hora, como cuando desafían a la ley, como cuando realizan graciosadas asumiendo que se les aplaudirán y no se les penalizará. Quizá escudados por lo que suponen como menor probabilidad de complicaciones por Covid-19, al ser jóvenes y sanos, carecen del criterio para comprender que por su culpa alguien más las tendrá; no sólo ancianos e individuos que padecen otra condición, como de entrada se insistió, sino también sus propios hijos, con consecuencias inenarrables como el síndrome de Kawasaki que tanto daño está ocasionando a los más pequeños.

En medio de una pandemia es inevitable que el virus se propague. Que su propagación resulte de una fiesta en días de encierro, es el colmo del absurdo. ¿Qué les hace suponerse intocables hasta para un virus? Lo que tanto se les repitió desde su debut: que son especiales. Especiales, debieron enfatizarles, nada más para jugar futbol. Para todo lo demás, tan vulnerables como cualquiera.

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