Latitudes
Por Alberto Lati
Twitter: @albertolati

La Concacaf y su excepcionalidad: si el resto de los certámenes continentales basan su éxito económico en la calidad del juego o el avance de la selección a la que le tocó ser anfitriona, con la Copa Oro el modelo de negocio sólo alcanza el objetivo si México es finalista.

Eso propicia controversias y suspicacias a cada torneo, sobreentendiéndose que el aforo en los estadios, los derechos televisivos, los ingresos publicitarios dependen al menos en un setenta por ciento del Tricolor. Si cuando acudíamos a la Copa América era con la paranoia de que el árbitro nos acuchillaría, en la Copa Oro saltamos al otro extremo bajo la convicción exagerada de que todo se nos obsequia y nada merecemos.

Por supuesto, los recursos e infraestructura del futbol mexicano son exponencialmente superiores al común de nuestros rivales, lo que en estricto principio habría de traducirse en mucho mejor desempeño. Sin embargo, partido a partido los nuestros enfrentan a un equipo motivado en su austeridad y a una afición exigente de racimos de goles. Así, nos pasamos cada Copa Oro entre la burla y el desencanto, sin recordar que dos años atrás se padeció igual, como a su vez dos antes y dos antes hasta el infinito.

Extraña naturaleza: nuestra selección suele brillar y quedarse a centímetros de la hazaña contra potencias, así como suele decepcionar y ganar por soporíferos centímetros a los pequeños.

Si esos centímetros que nos faltan contra los gigantes en el Mundial tienen influencia arbitral (léase, caso Robben en Brasil 2014, o el fuera de lugar argentino en Sudáfrica 2010, o el gol anulado contra Alemania Federal en 1986), nos entregamos al más radical delirio de persecución: nos odian.

Si esos centímetros que nos sobran contra los débiles en la Copa Oro dan tintes de complicidad del juez (como el penal del martes ante Haití, por no decir el mucho más evidentemente escandaloso frente a Panamá en 2015), señalamos en coro al negocio: es que solitos no podían, apenas con regalos.
En el fondo, no es sólo que nada nos parezca como afición o como prensa especializada. Es que el torneo de origen no puede basarse en los migrantes mexicanos en Estados Unidos: sin ellos, que pagan boletos de cien dólares a cambio de espectáculos muy pobres, la Copa Oro no sería.

Acaso por eso en su nombre, es el único certamen regional que no menciona a su continente, sino al oro que se persigue en esos llenos garantizadosÔǪ, mientras avance México.

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.

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