En medio del barullo de peatones, comerciantes, autos y agentes de tránsito, en la calle de Venustiano Carranza, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, irrumpe de pronto la Sinfonía n. 5 de Beethoven, interpretada por un joven violinista callejero.

Lejos se encuentra Ricardo de las salas de conciertos, pues pese a su talento, la adversidad le impidió tocar el instrumento en un escenario como un profesional; sin embargo, cada que finaliza una pieza cuenta con los aplausos de su vecino, el vendedor de periódicos, y de algunos peatones que, no tan presurosos, se detienen a escuchar las melodías y, en ocasiones, le depositan unas cuantas monedas en el estuche del violín.

Mientras interpreta una melodía, 24 HORAS se aproxima al hombre quien, comprometido con su arte, solicita poder concluir la interpretación de la pieza, tras lo cual, se inclina para graduar el amplificador que utiliza y se acomoda el cubrebocas.

Ricardo tiene 35 años de edad y 11 de ellos los ha pasado tocando en las calles de la Ciudad de México; con los ojos cargados de nostalgia, narra que en sus años mozos aprendió en la Escuela de Iniciación Artística del Instituto Nacional de Bellas Artes y luego tomó clases particulares para afianzar el arteÔǪ pero para algunos la vida se vuelve dura desde muy pronto y, cuando no hubo dinero, llegó el momento de probar suerte entre los peatones.

“La mayoría de quienes trabajamos en vía pública es por la necesidad de conseguir un ingreso, mucho o poco, es algo considerable y variable, más en estos días de pandemiaÔǪ Pueden ser 50, 100 o hasta 500 pesos”.

El hombre, quien porta un gorro negro que le da un aire más artístico, refiere que antes de la contingencia sanitaria tenía un mayor ingreso, pero la pandemia lo afectó, al igual que a los comerciantes de la zona.

Sin embargo, pese a los retos que le ha dado el destino aún no pierde la esperanza de algún día tocar en un escenario y mostrar su talento sin que el estuche de su violín se encuentre abierto en el suelo: “Ya no puedo entrar al conservatorio por la edad, pero quiero seguir con mi desarrollo profesional, no sé cómo, pero lo voy a lograr”.

Termina la entrevista y Ricardo retoma el instrumentoÔǪ Lanza un breve suspiro y de pronto, para quien lo observa con atención, el barullo de alrededor se detiene cuando este hombre llena la calle con el vals Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá, en medio del Sol brillante de la naciente primavera.

Cierra sus ojos por momentos, mientras sus dedos y el arco se deslizan por las cuerdas del violín con fuerza, con violencia, con la pasión que podría tener un hombre enamoradoÔǪ Y quizá es así, un hombre enamorado de la música.

Meto las manos en mi bolsillo buscando unas monedas que deposito en el estuche del violín, pues he disfrutado más allá de lo necesario para contar la historia de este hombre. Luego, mientras camino hacia el Zócalo, la magia se desvanece con cada paso que me adentra de nuevo en la realidad de la capital del país.

FRASE
“A mi familia, pues les parece bien, porque finalmente hago lo que me gustaÔǪ Ahorita sólo toco aquí por las mismas circunstancias de la contingencia sanitaria. Todos los eventos fueron cancelados, las restricciones son muchas”

 

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