INGLATERRA.- La tercera es la vencida. La frase aplica para Virginia Woolf, quien un 28 de marzo de 1941 acababa con su vida al sumergirse en el río Ouse, cerca de Sussex, Inglaterra, con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras para que su cuerpo no flotara. Fue la tercera vez, y la última, que intentó acabar con su vida la autora de “Orlando”.

Antes, la escritora, considerada una de las mayores figuras literarias del siglo XX, se había lanzado desde una ventana a los 22 años -1904-; en 1913 tomó cinco gramos de veronal, en ninguna ocasión logró su objetivo.

Desde su infancia tuvo problemas mentales que la atormentaban al grado de confesarle a su amiga, Ethel Smyth “a veces retumba como un trueno dentro de mí el sentimiento de la total inutilidad en mi vida”.

El día de su muerte -tenía 59 años-, seguía la Segunda Guerra Mundial, y los periódicos de la época que dieron parte del hecho especularon que se había quitado la vida porque no podía soportar los “tiempos que corrían”, al citar erróneamente su carta de suicidio en la que se despedía de su marido, el editor Leonard Woolf, a quien le profesaba un amor incondicional.

El Sunday Times de Londres citó “Tengo la sensación de que me voy a volver loca de nuevo y ya no puedo continuar en estos tiempos tan terribles”, idea que fue reforzada por el médico a cargo de la autopsia -el cuerpo de la autora de “La señora Dalloway” fue localizado un mes después-, quien señaló que tenía una extrema sensibilidad y por ende “se sentía más responsable que la mayoría de la gente ante la brutalidad de los hechos que están ocurriendo”.

La nota que dejó la escritora a su marido.

La nota que dejó la escritora a su marido.

La realidad es que ella se despedía de su marido, a quien le agradecía los años de felicidad, compañía y esfuerzos por lidiar con la depresión que la agobiaba desde al menos 25 años atrás, y que en últimas fechas se había agravado; en su carta, señalaba “Creo que voy a enloquecer de nuevo. Siento que no podemos atravesar otro de esos tiempos horribles. Y esta vez no me recuperaré. Comienzo a escuchar voces y no puedo concentrarme. Así que voy a hacer lo que creo que es lo mejor”.

Adeline Virginia Stephen -su nombre de soltera-, dejaba tras de sí obras cruciales para el feminismo del siglo XX y la vanguardia literaria de inicios del siglo XX: La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando: una biografía (1928), Una habitación propia (1929), y Las olas (1931).

La autora sufrió de transtorno bipolar y depresión, padecimientos que la acompañaron toda su vida y que permearon profundamente su obra; fue parte del grupo Bloomsbury, grupo que renegaba de la clase media; amiga de Joyce y Proust, Woolf fue una de las máximas exponentes del monólogo interior, cuyo origen está en el psiconálisis de Freud.

En sus obras retrata a mujeres insumisas y que buscan su propia identidad, sin conformismos; tras su muerte sus escritos quedaron en el olvido hasta que en la década de los 70 fue desempolvada y retomada por el feminismo.

Ejerció como pocos el género epistolar y la escritura de diarios, en los que da cuenta de su visión del mundo, su amor por Londres y los viajes.

 

Con información de: Redacción