El 28 de febrero de 2020 quedó marcado en la historia de México como el día en que comenzó una crisis sin precedentes, de la que aún no se recupera el país, provocada por un letal virus: el Covid-19.

Hace un año se detectó el primer caso positivo en territorio azteca. Se
trató de un hombre de 35 años que viajó a Bérgamo, Italia, lugar en donde
hasta ese momento ya se habían registrado contagios.

A partir de entonces, México, obligado por el confinamiento, se tuvo que
enfrentar a la caída gradual de sus pilares económicos, además del colapso
del sistema de salud, la falta de responsabilidad de pobladores, así como a
campañas de desinformación difundidas a través de redes sociales.

El saldo, en el aniversario de la pandemia en el país, es: más de 2 millones
de infectados y más de 170 mil muertosÔǪ y contando.

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Sacrificó a su familia por salvar a los enfermos

La decisión fue muy difícil, pero inevitable. Tenían él y su esposa que alejarse de su hija para evitar el peligro del contagio porque se pondrían al frente de la línea de batalla.

Siendo un matrimonio de enfermeros sabían perfectamente lo que se les venía encima, lo que enfrentaría la sociedad, lo que enfrentaba la humanidad en su conjunto, pero no hubo duda, no hubo vacilación en el momento de
levantar la mano pese a saber que no había cura, a pesar de que tendrían que poner la vida en riesgo.

“A nuestra hija, tuvimos que llevarla a que viviera con su abuela para que también ayudara a protegerla, pero también a ella de nosotros”, contó el enfermero Cristian Castro Molina.

Prepararse para una jornada normal contempla un duro protocolo. Aprendieron a cuidarse al máximo. Ponerse los equipos de protección en un proceso meticuloso. Aquí no hay margen al error, porque puede ser fatal.

“Estar allá adentro es muy estresante por todo el equipo de protección que tienes que usar, la máscara de protección es una máscara tipo industrial que te apachurra la boca, la nariz y sientes literalmente que te asfixia, el calor es abrumador, sudas mucho, también súmale el factor de ver que estaban falleciendo”, detalló.

El enfermero Cristian Castro Molina, pese a que lleva un año de estar separado de su familia, de su hija principalmente, pese a las agresiones, pese la pérdida de vida de sus compañeros, está más comprometido con su profesión porque “alguien tiene que hacerlo”.

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Arriesga su vida para buscar el pan de cada día

La pandemia se volvió el pan de cada día en la vida de los seres humanos.
Complicó la existencia de todos. Cerró negocios, causó despidos, limitó fronteras, se ha llevado a millones de vidas y golpeó a quienes menos tienen.

Es el caso de Juana Hernández, una verdadera heroína que diariamente
se enfrenta a la vida pública, aunque tiene 64 años, es diabética y padece de
hipertensión arterial.

La fortaleza de la mujer es evidente. Ataviada con un vestido blanco, se
le ve caminando por las calles de Cancún, en la avenida La Luna, ofreciendo humildemente los dulces tradicionales de la zona. Palanquetas y cocadas entre estos.

Es el rostro de la tragedia que provocó un virus mortal, un rostro que se ilumina al hablar de su nieto, pero que se quiebra y llena de lágrimas cuando
recuerda a su hijo en aquellos ya recurrentes días en que no se tiene para
comer.

“La verdad esto sí está muy duro, pero yo me tengo que arriesgar”, dijo.

Mientras alza la mirada como aspirando una bocanada de fuerza platica cómo hace más de un año vino de visita a Cancún, desde la Ciudad de México.

Hacer una o dos visitas al año era lo acostumbrado, pero en esta ocasión era necesario, pues acababa de perder a un ser querido; su hija había muerto.

Al poco tiempo de su llegada, su hijo perdió el empleo y el panorama se volvió sombrío con la llegada del coronavirus.

“Sí, me dio mucho miedo el Covid, no salí, no salí, no salí, cuando se declaró la pandemia ya no me pude regresar por falta de dinero, empecé a venir a vender por ratos, un día sí y un día no, porque ya no había que comer”, contó.

“Ahorita ya tengo una semana que las ventas bajaron, la gente me ha ayudado, pero también tienen sus problemas, a veces me ayudan comprándome un dulce y a veces me dejan unas monedas y con eso vamos sobreviviendo”,
agregó.

Son cerca de 4 horas al día o a veces más las que pasa vendiendo y se va hasta que vende todo.

La crisis económica la agobia y son muchas las deudas y los gastos, y “no
hay ventas, a veces mi hijo se la pasa sin comer”, en ese instante los ojos se le
inundan y la voz se le quiebra, se limpia las lágrimas con sus manosÔǪ “sí, tengo miedo, por qué voy a negarlo, pero me tengo que arriesgar, porque no hay dinero, me siento impotente porque la verdad no se puede hacer nada, quiero ayudarle a mi hijo a pagar la luz, el agua, el gas, aunque él no quiere”.

Vende en promedio 180 pesos diarios, la mitad la ocupa para sus productos, 20 para los camiones y con el resto ayuda a su hijo.

“Cuídense mucho, rezo por toda la humanidad, para que Dios nos cuide y que pronto pase esto”, finalizó.

Con información de Erika González