Israel Sánchez
Cd. de México.- Armando Ramírez, el cronista tepiteño que volcó las miradas hacia las formas, códigos, personajes y lenguaje del barrio, es despedido por familiares y amigos cercanos.

Pese a que cerca del Barrio Bravo, donde creció y se desenvolvió a lo largo de su carrera, existen espacios como la galería José María Velasco o el emblemático Salón Los ángeles, el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) decidió que se diera el último adiós al autor, fallecido este miércoles a los 67 años, en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, en la Condesa. Tal vez como una forma de compensar el poco reconocimiento que Ramírez tuvo como hombre de letras.

“Está muy bien aquí, porque él era un gran literato, un literato de la cultura popular”, señala Jorge de León, cronista del danzón y amigo de Ramírez por cerca de 40 años.

“Yo hubiera querido que estuviera en Bellas Artes, (Armando) estaba a la altura de Bellas Artes, pero también sé que hay decisiones políticas”.

No obstante, Alfonso Hernández, también cronista y fundador del Centro de Estudios Tepiteños de la Ciudad de México, comparte que la instrucción del autor de Chin chin el teporocho a sus hijos era que la despedida fuera sencilla y lúdica, de una manera que propiciara alegría, no tristeza.

“Algunas personas me preguntan que por qué no Bellas Artes, el Palacio, y sí, yo creo que se lo merecía por lo que hizo por esta Ciudad, pero algo que lo caracterizaba en su vida es que no le gustaba ser rimbombante”, expresa a REFORMA Armando Ramírez Sánchez, hijo del cronista. “Así está como creo que a él le hubiera gustado, en un lugar más discreto”.

Hernández adelanta que, junto con Inti Muñoz, responsable de la Coordinación Institucional de la Secretaría de Cultura capitalina, están considerando la posibilidad de homenajear al también periodista, dramaturgo, guionista y conductor en uno de los sitios más icónicos de Tepito: el Maracaná, deportivo frente al 11 de Fray Bartolomé de las Casas, donde Ramírez creció.

En la Condesa, por lo pronto, y a pesar de los sollozos, el espíritu se mantiene en alto para despedir al cronista como él quería.

“Uno, dos, tres. Probando ¿Sí me escuchan? Es el chiste que hacía mi papá”, bromea el hijo de Armando y desata un par de risas. Junto con sus hermanas y su madre, Araceli Sánchez Mecalco, viuda del cronista, montan la primera guardia.

Leticia Luna, titular de la Coordinación Nació de Literatura del INBA, y Édgar San Juan, Subsecretario de Desarrollo Cultural, también hacen guardia junto al féretro gris oxford, encima del cual luce un joven Armando Ramírez. A su hija, muy conmovida, se le quiebra la voz al recordar las lecciones de su “maestro de vida”.

“Una de ellas cuando empezó su enfermedad fue quen nos dijo: ‘yo decido que voy a estar bien y que nada me va a vencer’. Con eso me quedo, con el hombre guerrero que nunca se dió por vencido para nada”, apunta.

Así, no tan cerca de su barrio, pero sí cobijado por familia y amigos, se va el cronista.

Con información de Reforma

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