Por Elisa Rodríguez

Cancún.- “Tengo más de 30 años de haber llegado a Cancún de mi natal, Panabá, Yucatán, con la ilusión de la aventura e iniciar una nueva vida, de oportunidades que no hay en mi tierra. Mi madre nos decía a mis 10 hermanos y a mí: ÔÇÿcon que sepas leer y escribir no necesitas másÔÇÖ, por eso solo estudié hasta tercer grado de primaria, y para ganarme la vida, decidí trabajar limpiando casas”, relató con nostalgia Rosaura Balam Mis, mejor conocida como “Rosy”, para sus múltiples patrones.

Madre, esposa, abuela y mujer trabajadora, durante la semana acude a 5 diferentes hogares para hacer labores de limpieza. Rosy también es madre de una pequeña de 5 años que en ocasiones la acompaña a sus recorridos laborales.

Recordó que, cuando era niña, venía a Cancún durante largas temporadas a acompañar a su hermana mayor, Socorro, quien ya estaba casada y vivía aquí.

Durante esos paseos, dejaba de estudiar. “Además, con tantos gastos en casa no había para tener dinero e ir la escuela. Mi madre nunca nos exigió, y siendo niños, pues la verdad no vimos la necesidad de estudiar”, evocó con un dejo de tristeza.

“Un día, cuando ya tenía 15 años llegó a mi pueblo una señora en una camioneta, buscando personas para servicio doméstico para su casa y una nana para cuidar a su hija de un año” narró tranquilamente antes de empezar a barrer y pasar el sacudidor por pisos y muebles.

“Logré convencer a mis padres para que me dejaran venir, junto con dos primas. Así salí de Panabá y empecé mi etapa de vida en Cancún, específicamente en Puerto Juárez, que era donde vivía la señora”. Ahí, en el tercer piso de una casa, se instalaron Rosy y sus dos primas, en unos cuartos para el servicio.

La primera tarea fue ser nana de la pequeña Laura, de un año. Así transcurrieron los meses. “Me cansé de ser nana y surgió la oportunidad de trabajar en una tienda de dependiente, luego en un restaurante”, comenta con un brillo especial en sus ojos.

Cuando trabajaba en la tienda, en la Avenida La Costa, conoció a Felipe, su esposo, quien trabajaba en ese entonces como cocinero en un restaurante del Mercado 28. Poco tiempo después se casaron.

“Ya pasaron 27 años desde ese entonces. Son tres hijas, cuatro nietos y más de 16 años trabajando en diferentes casas, en labores de limpieza”, resumió.

Contó que el ingreso de su esposo como taxista no siempre alcanzó para cubrir todas las necesidades del hogar, sobre todo porque, después de muchos trámites, lograron obtener un terreno en la zona denominada Jacinto Pat, actual Supermanzana 510, a unos pasos del hospital de especialidades del IMSS, donde construyeron su hogar.

Entonces retomó el trabajo fuera del hogar e inició yendo a la casa de un grupo de jóvenes a hacer limpieza.

Por su esmero, honradez y discreción- atributos muy socorridos en las personas que apoyan en las labores de limpieza de un hogar- Rosy empezó a ser “recomendada” con personas que requerían ayuda de limpieza en su casa. Así ha logrado conservar empleo con al menos 3 familias. En poco tiempo ya acudía hasta a 3 o 4 viviendas, por lo que tenía que organizar sus tiempos y distribuirlos entre ser madre, esposa y trabajadora.

“Así han transcurrido los años”, narró. Dos de sus hijas que también la acompañaban para ayudarla en sus labores, se convirtieron muy jóvenes en madres de familia.

“Mi hija mayor, de apenas 25 años, ya tiene tres hijos. Y mi hija de en medio, es mamá de un bebé de un año”. Además, ella tuvo otra hija hace cinco años.

Rosy, al igual que miles de empleadas domésticas, carece de cobertura de seguridad social, período vacacional, incapacidad laboral o aguinaldo.

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